viernes, 17 de agosto de 2012

“MANUAL DEL GUERRERO DE LA LUZ”



DEL LIBRO “MANUAL DEL GUERRERO DE LA LUZ”
 DE PAULO COELHO 
 
DEL LIBRO “MANUAL DEL GUERRERO DE LA LUZ” DE PAULO COELHO
“Los guerreros de la luz a menudo se preguntan qué están haciendo aquí, y muchas veces piensan que sus vidas no tienen sentido. Por eso son guerreros de la luz. Porque se equivocan. Porque preguntan. Porque continúan buscando un sentido a la vida. Y porque acabarán encontrándolo.”

-En la playa al este de la aldea, existe una isla, con un gigantesco templo lleno de campanas -dijo la mujer.

El niño reparó que ella vestía ropas extrañas y llevaba un velo cubriendo sus cabellos. Nunca la había visto antes.

-¿Tu ya lo conoces? -preguntó ella-. Ve allá y cuéntame qué te parece.

Seducido por la belleza de la mujer, el niño fue hasta el lugar indicado. Se sentó en la arena y contempló el horizonte, pero no vio nada diferente de lo que estaba acostumbrado a ver: el cielo azul y el océano.

Decepcionado, camino hasta un pueblecito de pescadores vecino, y preguntó sobre una isla con un templo.

-Ah, eso fue hace mucho tiempo, en la época en que mis bisabuelos vivían aquí --dijo un viejo pescador-. Hubo un terremoto y la isla se hundió en el mar. Sin embargo, aun cuando no podamos ya ver la isla, aún escuchamos las campanas de su templo, cuando el mar las agita en su fondo.

El niño regresó a la playa e intentó oir las campanas. Pasó la tarde entera allí, pero sólo consiguió oir el ruido de las olas y los gritos de las gaviotas.

Cuando la noche llegó, sus padres vinieron a buscarlo. A la mañana siguiente, él volvió a la playa; no podía creer que una bella mujer pudiese contar mentiras. Si algún día ella regresaba, él podría decirle que no había visto la isla, pero que había escuchado las campanas del templo que el movimiento del agua hacía que sonasen.

Así pasaron muchos meses; la mujer no regresó, y el chico la olvidó; ahora estaba convencido de que tenía que descubrir las riquezas y tesoros del templo sumergido. Si escuchase las campanas, sabría su localización y podría rescatar el tesoro allí escondido.

Ya no se interesaba más por la escuela, ni por su grupo de amigos. Se transformó en el objeto de burla preferido de los otros niños, que acostumbraban a decir: “Ya no es como nosotros, prefiere quedarse mirando el mar porque tiene miedo de perder en nuestros juegos”.

Y todos se reían, viendo al niño sentado en la orilla de la playa.

Aun cuando no consiguiese escuchar las viejas campanas del templo, el niño iba aprendiendo cosas diferentes. Comenzó a percibir que, de tanto oir el ruido de las olas, ya no se dejaba distraer por ellas. Poco tiempo después, se acostumbró también a los gritos de las gaviotas, al zumbido de las abejas y al del viento golpeando en las hojas de las palmeras.

Seis meses después de su primera conversación con la mujer, el niño ya era capaz de no distraerse por ningún ruido, aunque seguía sin escuchar las campanas del templo sumergido.

Otros pescadores venían a hablar con él y le insistían: -¡Nosotros las oímos! –decían.

Pero el chico no lo conseguía.

Algún tiempo después, los pescadores cambiaron su actitud.

-Estás demasiado preocupado por el ruido de las campanas sumergidas, olvídate de ellas y vuelve a jugar con tus amigos. Puede ser que sólo los pescadores consigamos escucharlas.

Después de casi un año, el niño pensó: “Tal vez estos hombres tengan razón. Es mejor crecer, hacerme pescador y volver todas las mañanas a esta playa, porque he llegado a aficionarme a ella”. Y pensó también: “Quizá todo esto sea una leyenda y, con el terremoto, las campanas se hayan roto y jamás vuelvan a tocar.”

Aquella tarde, resolvió volver a su casa.

Se aproximó al océano para despedirse. Contempló una vez más la Naturaleza y, como ya no estaba preocupado con las campanas, pudo sonreir con la belleza del canto de las gaviotas, el ruido del mar, el viento golpeando las hojas de las palmeras. Escuchó a lo lejos la voz de sus amigos jugando, y sintióse alegre por saber que pronto regresaría a sus juegos infantiles.

El niño estaba contento y -en la forma en que sólo un niño sabe hacerlo- agradeció el estar vivo. Estaba seguro de que no había perdido su tiempo, pues había aprendido a contemplar y a reverenciar a la Naturaleza.

Entonces, porque escuchaba el mar, las gaviotas, el viento en las hojas de las palmeras y las voces de sus amigos jugando, oyó también la primera campana.

Y después otra.

Y otra más, hasta que todas las campanas del templo sumergido tocaron, para su alegría.

Años después, siendo ya un hombre, regresó a la aldea y a la playa de su infancia. No pretendía rescatar ningún tesoro del fondo del mar; tal vez todo aquello había sido fruto de su imaginación, y jamás había escuchado las campanas sumergidas en una tarde perdida de su infancia. Aun así, resolvió pasear un poco para oir el ruido del viento y el canto de las gaviotas.

Cual no sería su sorpresa al ver, sentada en la arena, a la mujer que le había hablado de la isla con su templo.

-¿Qué hace usted aquí? -preguntó.

-Esperar por ti -respondió ella.

El se fijo en que, aunque habían transcurrido muchos años, la mujer conservaba la misma apariencia: el velo que escondía sus cabellos no parecía descolorido por el tiempo.

Ella le ofreció un cuaderno azul, con las hojas en blanco.

-Escribe: un guerrero de luz presta atención a los ojos de un niño. Porque ellos saben ver el mundo sin amargura. Cuando él desea saber si la persona que está a su lado es digna de confianza, procura verla como lo haría un niño.

-¿Qué es un guerrero de luz?

-Tú lo sabes -respondió ella, sonriendo-. Es aquel que es capaz de entender el milagro de la vida, luchar hasta el final por algo en lo que cree, y entonces, escuchar las campanas que el mar hace sonar en su lecho.

El jamás se había creído un guerrero de luz. La mujer pareció adivinar su pensamiento.

-Todos son capaces de esto. Y nadie se considera un guerrero de luz, aun cuando todos lo sean.

El miró las páginas del cuaderno. La mujer sonrió de nuevo.

-Escribe sobre el guerrero -le dijo.


Epílogo

Ya era de noche, cuando ella acabó de hablar. Los dos se quedaron mirando a la luna que nacía.

-Muchas cosas de las que me has dicho se contradicen entre sí -dijo él.

Ella se levantó y le contestó:

-Adios. Tú sabías que las campanas del fondo del mar no eran una leyenda; pero sólo fuiste capaz de escucharlas cuando percibiste que el viento, las gaviotas, el rumor de las hojas de palmera, todo aquello formaba parte del tañido de las campanas.

“De la misma manera, el guerrero de la luz sabe que todo lo que lo rodea -sus victorias, sus derrotas, su entusiasmo y su desánimo- forman parte de su Buen Combate. Y sabrá usar la estrategia adecuada en el momento en que la necesite. Un guerrero no procura ser coherente; él aprende a vivir con sus contradicciones.

-¿Quién eres? -preguntó.

Pero la mujer se alejaba, caminado sobre las olas, en dirección hacía la luna naciente.



“Los guerreros de la luz a menudo se preguntan qué están haciendo aquí, y muchas veces piensan que sus vidas no tienen sentido. Por eso son guerreros de la luz. Porque se equivocan. Porque preguntan. Porque continúan buscando un sentido a la vida. Y porque acabarán encontrándolo.”
 

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